Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires y estaba muy contento porque
era un hombre sano y trabajador. Pero un día se enfermó, y los médicos le dijeron que
solamente yéndose al campo podría curarse. El no quería ir porque tenía hermanos chicos
a quienes daba de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo suyo, que era
director del Zoológico, le dijo un día:
-Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y trabajador. Por eso quiero que se
vaya a vivir al monte, a hacer mucho ejercicio al aire
libre para curarse. Y como usted tiene
mucha puntería con la escopeta, cace bichos del monte para traerme los cueros, y yo le
daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.
El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos que Misiones todavía.
Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien.
Vivía solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. Comía pájaros y bichos del monte,
que cazaba con la escopeta, y después comía frutas. Dormía bajo los árboles, y cuando
hacía mal tiempo construía en cinco minutos una ramadal con hojas de palmera, y allí
pasaba sentado y fumando, muy contento en medio del bosque que bramaba con el viento
y la lluvia.
Había hecho un atado con los cueros de los animales, y los llevaba al hombro.
Había también agarrado, vivas, muchas víboras venenosas, y las llevaba dentro de un gran
mate, porque allá hay mates tan grandes como una lata de querosene.
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