su mesa, al lado de la ventana. Estaba de buen humor y cosía con entusiasmo; en
esto, una campesina pasaba por la calle pregonando su mercancía:
-¡Vendo buena mermelada! ¡Vendo buena mermelada!
Esto sonaba a gloria en los oídos del sastrecillo, que asomó su fina cabeza por la
ventana y llamó a la vendedora:
-¡Venga, buena mujer, que aquí la aliviaremos de su mercancía!
Subió la campesina las escaleras que llevaban hasta el taller del sastrecillo con su
pesada cesta a cuestas; tuvo que sacar todos los tarros
que traía para
enseñárselos al sastre. Éste los miraba y los volvía a mirar uno por uno, metiendo
en ellos las narices; por fin, dijo:
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