Érase una vez un niño que tenía muchísimos juguetes. Los guardaba todos en su
habitación y, durante el día, pasaba horas y horas felices jugando con ellos.
Uno de sus juegos preferidos era el de hacer la guerra con sus soldaditos de plomo.
Los ponía enfrente unos de otros, y daba comienzo a la batalla. Cuando se los
regalaron, se dio cuenta de que a uno de ellos le faltaba una pierna a causa de un
defecto de fundición.
No obstante, mientras jugaba, colocaba siempre al soldado mutilado en primera
línea, delante de todos, incitándole a ser el más aguerrido. Pero el niño no sabía
que sus juguetes durante la noche cobraban vida y hablaban entre ellos, y a veces,
al colocar ordenadamente a los soldados, metía por
descuido el soldadito mutilado entre los otros juguetes.
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