11 de septiembre de 2012

la laguna de leandro

Cuentan que hace muchísimos años, vivía en Queragua, distrito de Humahuaca, un runa llamado Leandro, bueno y trabajador. Tenía un rancho de adobe, su mujer, un rebaño de ovejas y una tropa de llamas.

En uno de sus viajes a Tres Morros conoció a un viejo arriero puneño, quien le contó que en los primeros tiempos de la conquista española habían llegado emisarios del Inca Atahualpa, pidiendo todo el oro y la plata que tuvieren, para pagar su rescate.
Cumplida su misión, regresaban ascendiendo trabajosamente por la Quebrada de Humahuaca, con sus llamas cargadas al máximo, cuando se enteraron de que el Inca había sido muerto por los españoles. No deseando que los tesoros recogidos cayeran en poder de los enemigos, arrojaron sus cargas en las proximidades de una solitaria y casi desconocida laguna, situada a unos 4170 metros sobre el nivel del mar, al noreste del pueblo de Humahuaca .

Leandro y su mujer no vivían tranquilos pensando en la forma de apoderarse del fabuloso tesoro, hundido en las serenas aguas de la laguna legendaria. Resolvieron que el único medio posible sería desagotarla, construyendo un zanjón de desagüe en la zona de más declive del terreno. Leandro puso manos a la obra.

Los días y los meses pasaban cuando una tarde de febrero comenzó a bramar el viento, se encrespó la laguna, bramó el trueno y emergió súbitamente del agua la figura de un formidable cuadrúpedo con las astas de oro puro. Tan aterrorizado estaba Leandro que ni siquiera podía moverse. Desaparecido el espantoso animal en las profundidades de la laguna, el runa regresó a su casa. Juró que nunca volvería y que todo eso era un aviso de Apu-Yaya (Viejo dios del cerro) por su afán de destruir la laguna.

Sin embargo Leandro volvió a las andadas, y cuando se creía muy próximo al triunfo, apareció otra vez el terrorífico animal luciendo su cornamenta de oro. El animal, dirigiéndole una imagen centelleante, lo inmovilizó y lo fue atrayendo lentamente hacia el centro de la laguna, hasta que desaparecieron tragados por el agua. Leandro pagó así, su temeridad y avaricia.

Cuenta la gente del lugar, que en las noches tormentosas cuando arrecia el viento, se suele oír el golpear de las piedras que Leandro tira, para rellenar la tierra que en mala hora cavó en su insensatez e irreverencia.

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