Relata Juan B. Ambrosetti que este ser es como una especie de tronco cubierto de pelos, de rasgos imprecisos tanto en su faz anterior como posterior. También como una bola peluda que rueda entre los árboles, chocando con ellos y girando a su alrededor.
Se le apareció a un vicio que andaba cazando pécaris, quien para salvarse tuvo que treparse a un árbol. Muchas horas estuvo allí aterrorizado, hasta que vino su hijo y mató al monstruo de un lanzazo. Al abrirlo, encontró que su corazón y demás vísceras estaban también llenos de pelos. Pero al regresar de esta aventura padre e hijo extraviaron el camino, y luego de errar tres días por el monte llegaron al rancho de un viejo que daba de comer a unos lechones, y que resultó ser el mismo dueño de los pécaris. Reunió a éstos y les dio el más grande, recomendándoles que sólo mataran lo necesario para su sustento. Aunque les indicó bien el camino de vuelta, para que no pasaran por un potrero habitado por Mboi-Moné, una serpiente negra muy peligrosa, fueron a dar al mismo. Huyeron antes de encontrarse con el terrible animal, pero bastó que pisaran su potrero para que ellos y los perros que los acompañaban murieran poco después.
Lo curioso del caso es que se llega a matar al ser fantástico, e incluso a eviscerarlo. Debía tratarse de una forma transitoria y caprichosa del Caá-Porá. Claro que la supresión de tal envoltura camal no afectó a la deidad, como lo prueba el hecho de que ya con la figura de un viejo recibió a los cazadores de buen modo, con regalos y consejos. La peculiar aparición podía tratarse asimismo de un enviado de la deidad.
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