2 de diciembre de 2012

El loro pelado

 Había una vez una banda de loros que vivía en el monte.
De mañana temprano iban a comer choclos a la chacra, y de tarde comían naranjas. Hacían gran
barullo con sus gritos, y tenían siempre un loro de centinela en los árboles más altos, para ver si venía
alguien.
Los  loros  son  tan  dañinos  como  la  langosta,  porque  abren  los  choclos  para  picotearlos,  los
cuales,  después,  se  pudren  con  la  lluvia.  Y  como  al  mismo  tiempo  los  loros  son  ricos  para  comer
guisados, los peones los cazaban a tiros.
Un día un hombre bajó de un tiro a un loro centinela, el que cayó herido y peleó un buen rato
antes de dejarse agarrar. El peón lo llevó a la casa, para los hijos del patrón, los chicos lo curaron porque
no tenía más que un ala rota. El loro se curó muy bien, y se amansó completamente. Se llamaba Pedrito.
Aprendió a dar la pata; le gustaba estar en el hombro de
las personas y con el pico les hacía cosquillas

en la oreja.

Vivía suelto, y pasaba casi todo el día en los naranjos y eucaliptos del jardín. Le gustaba también
burlarse de las gallinas. A las cuatro o cinco de la tarde, que era la hora en que tomaban el té en la casa,
el loro entraba también en el comedor, y se subía con el pico y las patas por el mantel, a comer pan
mojado en leche. Tenía locura por el té con leche.




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